Enredado
Mércores, 2 de Outubro, 2013Más de tres lustros después de haber creado mi primera cuenta de correo electrónico, a la que accedía a través de un lentísimo módem, me surgen las dudas sobre mi estatus como usuario de la red. Ya sé que no soy nativo digital, como definió el estadounidense Marc Prensky a los nacidos a partir de 1980, porque en mi niñez el Fifa y Gran Turismo lo sustituíamos por furolos en el patio de los Maristas y carreras de carrilanas a tumba abierta por la calle Pita.
Tampoco me considero un torpe inmigrante digital, puesto que internet se ha convertido en la herramienta más útil para mi trabajo diario, a pesar de que hay quien piensa que podría acabar siendo el verdugo de esta profesión.
Me gusta más el concepto acuñado por David White, que diferencia a visitantes y residentes digitales. Me incluyo entre los turistas, que, según este experto, conciben la web como una herramienta de jardín, tienen un objetivo claro en sus visitas, son relativamente anónimos, buscan fuentes autorizadas y consideran banales algunas redes sociales. Hay quien puede pensar que camino hacia el suicidio profesional, pero es que no cambio la ocurrencia espontánea en el bar por el tuit más ingenioso del día. De hecho, se acaba de morir mi ‘smartphone’ tras más de dos años dándolo todo y, una vez superada esa ansiedad por mirar a cada rato la pantalla, ya sé que me estoy quitando.